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lunes, 5 de abril de 2010

Érase una vez un cuento que nunca fue narrado...

 Érase una vez un cuento que nunca fue narrado, cuya princesa nunca creció en un palacio que jamás existió.
   Los sueños que tuvo nunca se hicieron realidad en el reino que jamás tuvo lugar pese a que la princesa podía acceder a toda la nada. No tenía nombre ni un carruaje con lacayos a los que dominar. La vestían doncellas que sólo existían en su mente con los más bellos jubones y almidonadas enaguas que sólo ella podía imaginar.
   No tenía nada, pero era una princesa.

   Probablemente sus aventuras transcurrían mientras paseaba por el Jardín de las Delicias y puede que su mejor amiga fuese Madame Pompidou, pero es algo que nunca podremos asegurar.

   Sólo existía un elemento real en su vida: todas las noches tenía un sueño, el mismo luna tras luna.

   Él no era su príncipe azul, ella no quería a un príncipe. Era todo un caballero, una persona normal pero diferente al resto: sabía hacerle reír, le daba los abrazos más maravillosos del mundo y la miraba como nadie, jamás antes, lo había hecho.
   La princesa no sabía comportarse en su presencia. Se ponía nerviosa y normalmente acababa haciendo o diciendo la primera tontería que se le pasaba por la cabeza, pero su pretendiente sí sabía dominarla.

   Los labios del hombre que deseaba, su sonrisa y sus ojos le hacían soñar con lo que finalmente terminaría sucediendo....


Siempre ocurría lo mismo:

   Iban paseando y él le cogía la mano izquierda con firmeza pese a su palpable nerviosismo. Entonces se miraban a los ojos, nunca de manera lasciva pero sí con el deseo que un niño mira el escaparate de una bombonería (algo aparentemente invisible les separaba de lo que más deseaban).
   El caballero se giraba hacia ella y le acariciaba sus sonrojadas mejillas, acto seguido su mano derecha llevaba la fina piel de los dedos de la princesa hacia atrás, rodeando su masculino y robusto cuello. Con el pulgar él le acariciaba el labio inferior dejando entrever sus dientes; y a la par que con un brazo le rodeaba la espalda, abandonaba el labio para dirigirse a su nuca.
   Con firme delicadeza la tenía rodeada y entonces era el momento de estrecharla contra sí y terminar fundiéndose en un cálido y anhelado beso.

   Cuando la princesa comenzaba a notar el dulce sabor de la ternura y la pasión; entonces, sólo cuando llegaba ese momento de plenitud focalizado en su pecho....




 ...despertaba.

   Aquella princesa del cuento que jamás había comenzado, nunca había existido. Nada de lo que pasaba en su vida era real excepto el sueño de cada noche. Paradójico, ¿no creen?. Si los sueños no son reales, ¿por qué lo único verídico de una realidad completamente ficticia es un sueño?

3 comentarios:

  1. Hay que ver cómo escribes... ;)

    ... qué terminaría sucediendo..?

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  2. Si lo único real de algo que no existe es un sueño, los caballeros y las princesas han dejado de existir para desgracia de todos. Pero es un sueño, caballero y princesa existen, ambos se conocen. Entonces ¿qué hay de verídico en que no existan? :)

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  3. Quizás una bofetada de realidad haya convertido el sueño de la princesa en un sustento imprescindible para vivir... :)

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