Conforme la niña iba creciendo y ganaba seguridad en sí misma los miedos poco a poco desaparecían. Llegó a pensar que algún día no tendría miedo a nada ni a nadie, pero justo cuando ya podía decirse "no tengo miedo" comenzó una batalla: la batalla consigo misma.
Había crecido, era independiente, ambiciosa y luchadora, pero le aterraba estar sola. Cuando estaba sola su mente daba vueltas y más vueltas sobre auténticas banalidades que llegaban a tener una importancia vital de tanto pensarlas. Cuando estaba sola se enfrentaba a sí misma y no había nada que le aterrase más que verse tal y como era, pero su mayor defecto era, precisamente, que no veía más que sus taras...
... y los que estaban cerca de ella la adoraban. ¿Paradójico?
Todos crecemos y perdemos miedo a algunas cosas. Esos miedos que perdemos dejan paso a otros nuevos y es que es ley de vida. Si encontráis a alguien que diga que no tiene miedos probablemente sea porque tiene tantos que no sabe por dónde empezar para solventarlos.
Hay que coger el toro por los cuernos y enfrentarse en primer lugar a uno mismo y luego a lo demás. El primer paso para resolver un problema es reconocer que lo tienes y el mayor error caer en un bucle infinito.