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martes, 21 de septiembre de 2010

Daniel, el desconocido borde







Una ducha, algo de espuma para el pelo, maquillaje, (y tras unas cuantas pruebas de vestuario) un modelito con sus más sexis Manolos, perfume, barra de labios y ¡a quemar la ciudad! 
   Jane caminaba como siempre con la cabeza bien alta y rumbo a una noche trascendente donde las haya. Le habían invitado a un nuevo local en la 7ª con la 32ª y 
Manhattan lucía tan mágica como de costumbre.
   
   Cuando llegó al lugar donde se esperaba a la gente más cool de toda Nueva York, se dio cuenta de que la fiesta era más selecta de lo que le hubiese gustado. No había prácticamente nadie y aquello paracía una reunión de veteranos de la II Guerra Mundial: los invitados no se movían ni para coger una copa de la mesa del cátering.
    Mientras esperaba a sus amigas, Jane abrió su bolso y extrajo de él su pitillera y un encendedor. Tan sólo había dado un par de caladas a su cigarrillo cuando un chico se le acercó y le dijo: "No sé cuánto tiempo llevas en Nueva York, pero tira eso ahora mismo si no quieres ir a la cárcel". (Jane sabía perfectamente que en Nueva York no está permitido fumar en ninguna parte exceptuando los espacios debidamente señalados para tal fin. Su problema es que le daba igual la ley antitabaco y él era un no-fumador que tan sólo queria advertirle de la prohibición.)
Entonces ella, mirándolo con bastante desprecio intervino: "Soy de Manhattan", al tiempo que tiraba el cigarrillo al suelo. Él lo pisó para apagarlo y le tendió la mano: "Perdone que no me haya presentado, mi nombre es Daniel y no me preocupa que vaya a la cárcel, me preocupa mi salud".
   En aquel momento Jane pudo haberse dado media vuelta y haberle dejado con la mano estirada por ser tan borde, pero decidió darle un voto de confianza precisamente por haber sido ella quién desafió primero con su mirada colmada de prepotencia.

   Y resultó ser un éxito: aquel cigarrillo que un tal "Daniel el desconocido borde" apagó bajo su pie no resultó ser el último que Jane fumó en su vida; pero gracias a lo que hablaron durante unos minutos en la fiesta más aburrida de toda Nueva York Jane recordaba aquella conversación cada vez que encendía un cigarrillo entre sus labios.
Daniel y Jane no volvieron a verse, pero ella agradeció haberse cruzado con alguien a quien, pese a todo, le debía más de lo que él podía imaginar: quizás gracias a él, algún día Jane dejaría de inhalar humo por "placer" para empezar a vivir...

1 comentario:

  1. Saludos!

    No sabia que también anduvieras por aquí. Tienes un blog muy acogedor :) por cierto el título de tu blog me suena a una melodía de yann tiersen...mmm o me lo habré imaginado? bueno en tal caso un saludo grande ^_^

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